¿Ya has visto una rana apáticamente parada en una hoja de nenúfar? ¿Lo has visto también estirarse de repente y lanzarse en el agua con la fuerza de una campeona olímpica? Si es así, quizás sentirás alguna excitación a doblar tus miembros, como la rana, antes del gran salto…
En la postura de la rana a nado, la mujer da la espalda al hombre como en el perrito. Apoyándose sobre sus codos, las manos cruzadas tras el cuello, la mujer eleva su trasero y sus senos tocan el lecho. Su espalda esta naturalmente arqueada, sus piernas abiertas y dobladas. El hombre se arrodilla entre sus muslos, guía su pene dentro de la vagina y sujeta fuertemente las escápulas de su pareja con sus manos. Así se pueden unir las manos de los amantes. Con esa posición de las piernas, la vagina de la mujer está totalmente abierta. Para comprimirla, ella cruza sus piernas detrás de las del hombre, lo que da al pene una sensación apretada muy turbadora. ¡Durante el acto sexual, el hombre tendrá que probar la flexibilidad de sus riñones! Porque en la rana a nado, el busto de la mujer permanece inmovilizado, mientras que el hombre agita simultáneamente las dos pelvis y efectúa el vaivén.
Como siempre en las posiciones del hombre detrás de la mujer, la penetración es profunda. Pero lo que distingue a la rana a nado de otras posturas, es la estrechez de la vagina en la que se mueve el pene del hombre. Por eso, toda la longitud del pene está en contacto con el conducto y el fondo vaginal, lo que ofrece un gozo fusionado a ambos amantes.
La mujer es obviamente sensible a la estimulación de su punto G, lo que acelera la llegada del orgasmo. Como la prisionera de su amante, abre su percepción de todas las maneras posibles. Por ejemplo, el frotamiento ligero de sus pechos contra las sábanas excita y endurece sus pezones. Esta sutil fricción provoca un placer poco habitual. Con el peso de sus manos sobre la nuca, el amante le demuestra su poder físico, lo que podría resultar ser otra fuente de felicidad.
Al estar la movilidad del hombre reducida, ya que sus piernas están bloqueadas por las de la mujer, su pene queda totalmente dentro de la vagina: la mujer experimenta una ardiente voluptuosidad por no poder liberarse de la presión ejercida contra su bajo vientre. En este tipo de postura, el hombre se ve obligado a dar golpes enérgicos de cadera y se mueve dentro de la vagina bastante lubricada, especialmente si los amantes se han tomado su tiempo con las caricias preliminares. Si no, los fuertes frotamientos del pene podrían irritar el glande, a veces hasta la quemazón. En este caso, mejor abandonar la posición y seguir en otra, en la que el pene esté más a sus anchas. Pero en general, el contacto apretado de los dos sexos es tan excitante que provoca un orgasmo conjunto y un entumecimiento de los miembros. ¡Como la rana que se lanza al aire, los amantes han tomado un gran impulso antes de apaciguarse!
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